Hace 54 años, entre los muros de la Academia Militar del Ejército, un joven Hugo Chávez juraba lealtad a la Patria con la mirada fija en el horizonte de la historia. No era solo otro cadete: en su pecho latía ya el sueño de Bolívar.
Cada desfile, cada clase de táctica, cada madrugada de instrucción forjaba no solo a un militar, sino a un pensador comprometido con la justicia social.
Al egresar como subteniente, empuñó la Daga de Honor no como símbolo de guerra, sino como promesa de defensa: de los humildes, de la soberanía, de la dignidad venezolana.
Sus ideales no cabían en los cuarteles; brotaban en discursos, en planes revolucionarios que un día despertarían al país. Aquel muchacho sembró entonces una semilla que, con los años, se convertiría en raíz profunda de una revolución nacida del amor.
Hoy, al recordar aquel inicio, no se evoca solo un uniforme, sino un juramento vivo: el de servir al pueblo con coraje, conciencia y fidelidad inquebrantable.


