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Una propuesta de acción contra el neofascismo y la guerra cognitiva escrita por el Presidente Nicolás Maduro Moros.

CALLES, REDES, MEDIOS, PAREDES Y RADIO BEMBA

Por Prof. Olga Uribe Trujillo

Comenzando a leer este método que nos hace llegar el Presidente Maduro, confieso que se mezclaron muchos sentimientos de afecto, respeto, admiración, cariño, que invaden los sueños de una militante y comprometen con el deber patrio de apoyar hoy y en todo momento a nuestra Patria y, por consiguiente, a nuestro Proyecto Bolivariano y al Presidente Maduro.

En seguida, hice una relación con las enseñanzas del Profesor Fernando Buen Abad y su insistencia en estudiar y conocer el Informe presentado por el Prof. Seán Mac Bride, conocido como “Un solo Mundo, Voces Múltiples”, que en 1980, cuando fue aprobado por la UNESCO, ya se avizoraban una serie de fenómenos comunicacionales y la dominación de las grandes empresas transnacionales mediáticas del mundo, que persiguen justamente anular, mediatizar, colonializar el pensamiento, los conocimientos propios de los pueblos y así, instaurar el mundo ajustado a sus intereses y prioridades económicas, sociales, políticas, ambientales y educativas, impactando en las culturas y las identidades.

La necesidad de crear un NUEVO ORDEN MUNDIAL DE LA COMUNICACIÓN Y LA INFORMACIÓN (NOMIC), se encuentra dentro de las ochenta y dos (82) recomendaciones que presentó el Infome Mac Bride, y nada más urgente ahora que luchar por esto. Quedaron muchos temas pendientes a tratar después de la presentación del informe y es por eso es que este Método Calles, Redes, Medios, Paredes y Radio Bemba, se ajusta oportunamente a esos debates pendientes. Destacan entre ellos:

• Eliminación de los desequilibrios y desigualdades entre el tercer mundo y los países desarrollados;

• Respetar la identidad cultural y el derecho de cada país de informar a los ciudadanos y ciudadanas del mundo de sus aspiraciones y sus valores, tanto sociales como culturales;

• Eliminar los efectos negativos que se producen por la creación de monopolios;

• Tumbar las barreras, tanto internas como externas, que impiden la libre circulación y una difusión equilibrada de la información;

• Garantizar la pluralidad de las fuentes y los canales de la información;

• Garantizar, a su vez, la libertad de prensa y de información;

• Aumentar la capacidad de los países del tercer mundo para mejorar la situación, el equipamiento y la formación profesional de los periodistas;

• Respetar el derecho de todos los pueblos del mundo a participar en los flujos de información internacionales;

• Respetar los derechos de los ciudadanos de acceder a las fuentes de información y de participar activamente en el proceso de comunicación.

Es precisamente, a través de estrategias populares, comunales, de apropiación del conocimiento, de la información y de la comunicación real, donde se puede desnudar al enemigo que insolentemente manipula para generar caos, violencia, miedo y desasosiego; es aquí, donde este manual “callejero” como diría el Presidente Maduro, que nace de la experiencia en la lucha política y social que se vive en nuestras comunidades, nos enseña la “táctica y la estrategia” que nos recitaba Benedetti: la táctica: la forma de actuar con paciencia y sabiduría; la estrategia: que el otro u otra al que nos dirigimos, entienda ese comportamiento en la subjetividad.En el proceso colonizador, la colonialidad implicó e implica la transformación del conocimiento del ser.Autores como Maldonado-Torres en su tesis 5, señala que, la colonialidad de la estructura del poder opera justamente en el campo de la cultura del sujeto; la colonialidad del ser opera en la subjetividad y la colonialidad del saber en el método.

De acuerdo con esta tesis de la colonialidad, es en el saber dónde debemos incidir con el Método de Calles, Redes, Medios, Paredes y Radio Bemba, porque es allí (sin dejar afuera los otros campos de acción de la colonialidad), donde precisamente han creado métodos invasivos para transformar la realidad y someter a las poblaciones en el mundo.

Es fundamental, estudiar, analizar y compartir lo que nos transmite el Presidente en este método para llegar a todos los espacios de convivencia donde actuamos y, despertar en las conciencias, el peligro que significa permanecer en la ignorancia inducida.

Referencias:

Benedetti,Mario (1975) Poemas de otros “Táctica y Estrategia”.Buen Abad, Fernando. (2025) Cátedra Mac Bride. Lauicom. Caracas.Maduro Moros, Nicolás (2025). Método “Calles, medios, radiom paredes y radio bemba”.Maldonado Torres, Nelson. (2016). Diezos, tesis sobre la colonialidad y la decolonialidad. Artículo.

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En horas difíciles pensar críticamente no es pensar rígidamente: Fernando Buen Abad Domínguez

Nuestro pensamiento crítico en REDH, reclama plasticidad conceptual, humor estratega y audacia afirmativa. Esto exige, en primer lugar, superar una confusión frecuente, se asimila la rigurosidad crítica con la inflexibilidad proposicional, como si la inteligencia crítica consistiera en sostener verdades inmutables ante las luchas que son mutable todas y siempre. Tal superación es, en verdad, una necesidad autocrítica y epistemológica para fortalecer nuestra praxis transformadora. La crítica auténtica no conserva dogmas sino problemas; no es un catálogo de certezas, sino una forma de interrogación que permanece viva en la medida en que admite la modificación de sus hipótesis frente a la experiencia y la correlación con los sujetos históricos. Por tanto, el antídoto contra la rigidez es la dialéctica, no una fórmula academicista, sino una práctica que enlaza tesis y praxis, teoría y sensibilidad, análisis y esperanza. Es precisamente en la tensión entre la desconfianza racional y la confianza política donde el pensamiento crítico encuentra su movimiento fecundo, “los filósofos sólo han interpretado el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo.” Esa sentencia, breve y ética, recuerda que la interpretación sin transformación es autoengaño, y que la transformación sin reflexión deviene en catástrofe.

Si se acepta la dialéctica como método, entonces la posición de nuestros intelectuales y artistas debe ser revisitada, su función no es la de guardián de dogmas, sino la de mediador crítico entre memoria social y proyecto colectivo. En ese rol, la intelectualidad no se reduce a una elite desvinculada; tampoco debe renunciar a la autonomía crítica. Esta idea no es una coartada para la servidumbre teórica sino una invitación a que el pensamiento se haga efectivo en las prácticas emancipatorias. En tiempos de agresión imperial incesante y reorganización de fuerzas para la Batalla de las Ideas, los intelectuales y artistas deben cultivar una doble habilidad, la capacidad de leer con precisión las estructuras de poder burgués —sus dispositivos discursivos, simbólicos y materiales— y la capacidad de convertir esa lectura en formas sensibles, comprensibles y motivadoras para la acción organizada de las multitudes. No hay excusa legítima para un divorcio entre análisis y pedagogía, la claridad expositiva es una exigencia ética.

En una sociedad saturada de imágenes, la batalla simbólica es decisiva; ganar o perder sentido puede facilitar o bloquear transformaciones materiales. De ahí que la inteligencia emancipadora no sea un ornamento, sino un componente estratégico de la lucha política. Cuando el pensamiento y la expresión articulan crítica y esperanza —cuando convierten la indignación en formas que movilizan la imaginación colectiva— cumplen su función revolucionaria. Pero esto no se realiza por mera voluntad, exige honestidad estética, disciplina formal y experimentación. El arte emancipador debe conjugar la complejidad reflexiva con la eficacia comunicativa; debe ser simultáneamente exigente para la inteligencia y accesible para los afectos.

En este punto aparece el humor revolucionario, que opera como una palanca insospechadamente poderosa contra la anestesia política. El humor no es trivialidad; es técnica de desactivación del terror simbólico. Donde el discurso hegemónico construye pavor o solemnidad para imponer consenso, la risa política desactiva la autoridad del miedo y abre la posibilidad de una mirada distinta. La sátira, la caricatura, la zamba crítica o la escena teatral que devuelve la farsa del poder a su desnudez, todo ello actúa como una forma de desalienación, permite que las personas reconozcan la arbitrariedad del orden presente y se animen a imaginar alternativas. Más aún, el humor pone en juego una inteligencia afectiva, reduce la distancia entre el intelecto y la vida cotidiana, hace tolerable la crítica y sostiene la práctica colectiva en contextos adversos. Por eso, el humor revolucionario no es complacencia ni escapismo; es táctica de derrota del fatalismo. Lo supo Chaplin.

Optimismo revolucionario y rigor crítico no son incompatibles, son mutuamente condicionales. El optimismo que sirve a la causa emancipadora no es ingenuidad acrítica; se alimenta de análisis realistas sobre fuerzas, correlaciones y límites, pero conserva la certeza útil de que la concatenación de actos conscientes puede alterar trayectorias históricas. Psicologías políticas colectivas —cultura de la esperanza— se construyen mediante prácticas simbólicas y organizativas que producen revoluciones en todas sus escalas. Esos tejidos resistentes dependen de narrativas que articulen memoria, denuncia y proyecto. El relato emancipador debe ser verídico (no se debe mentir sobre las dificultades) y simultáneamente energético (no debe traicionar la aspiración por la transformación).

Nuestro pensamiento crítico flexible, no blandengue, requiere también de una ética de la duda productiva, la capacidad de revisar científicamente las convicciones, de asumir errores, de reconocer límites y de aprender con humildad. Esta ética no debilita la acción; la fortalece. Un intelectual inflexible, prisionero de axiomas intemporales, corre el riesgo de volverse irrelevante o quebradizo… peor, cómplice por omisión. En contraposición, la postura crítica flexible admite debates rigurosos, se alimenta de interdisciplinariedad, y prioriza la articulación con los sujetos sociales.

Un rasgo indispensable de la creatividad intelectual revolucionaria es la experimentación estratégica con formas de comunicación. De la mano de la estrategia comunicacional aparece una práctica política de los afectos, el cultivo de vínculos materiales y simbólicos confiables. La política basada exclusivamente en argumentos racionales y en la denuncia contable no arraiga si no está acompañada por prácticas que permitan a las personas reconocerse como portadoras de una comunidad posible. El intelectual y el artista revolucionario deben desarrollar, entonces, formas de sociabilidad que construyan fraternidades, círculos de estudio, talleres de creación colectiva, proyectos culturales en el territorio que combinen formación y producción estética. Estos espacios crean capital simbólico y afectivo imprescindible para sostener procesos de largo aliento.

La solución no es banalizar la seriedad, sino revolucionarla con prácticas que recuperen la alegría política como componente estratégico. La alegría no es banquete sentimental sino energía y moral histórica. El antídoto es el optimismo informado, confianza prudente y acción planificada y el humor revolucionario con optimismo crítico de quienes participan en la construcción colectiva. Reír no es burlarse de las víctimas; reír con las comunidades es recuperar la capacidad de mirarse mutuamente sin el peso de la culpa impuesta por la dominación. El humor puede ser, entonces, gesto de ternura política, una manera de decir que la humanidad no está completamente perdida, que existen fisuras en la dominación por donde se cuela la posibilidad.

Pensar críticamente en horas difíciles exige desobediencia epistemológica con flexibilidad teórica, disciplina práctica, claridad pedagógica, audacia estética y humor estratégico. Los intelectuales y los artistas de nuestra REDH son piezas clave en ese entramado, no como autoridades que dictan verdades, sino como mediadores creativos que habilitan procesos colectivos de conocimiento y esperanza. Nuestra tarea es construir narrativas verídicas que organicen y movilicen una pedagogía que conecte análisis y deseo; es inventar formas simbólicas que hagan de la crítica un instrumento vivificante. Las luchas hoy demandan, más que custodios de certidumbres, creadores de inteligencia colectiva, personas que piensen con rigor, actúen con prudencia y rían con audacia. Sólo así será posible convertir la dura realidad en un terreno donde la imaginación política —alimentada por disciplina conceptual y alegría radical— produzca transformaciones duraderas. Desde abajo.

Por Fernando Buen Abad

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Trump como síntoma de la decadencia Imperial

No más imperio de armas, imperio de saqueos, imperio de engaños

Por Fernando Buen Abad Domínguez

Donald Trump no es un accidente “rentable” aislado en la historia de USA. Es la cristalización grotesca de un sistema que lleva siglos nutriéndose de la violencia organizada, del saqueo sistemático, de la explotación de los pueblos y de la mentira institucionalizada. Su figura concentra, como una botarga obscena, todo lo que el capitalismo-imperialismo estadounidense produce en su fase más degenerada; la adoración a las armas, la codicia sin límites, la manipulación mediática, el racismo estructural y la glorificación de la ignorancia cínica como estrategia política. Trump es el síntoma y la enfermedad a la vez; síntoma de un imperio en decadencia y enfermedad que acelera la descomposición del planeta bajo el yugo de las armas, el saqueo y el engaño. La muerte misma.

Su imperio de las armas. En la trayectoria de Trump, el negocio de las armas no aparece sólo como política de Estado, sino como espectáculo mediático. Desde su presidencia se multiplicaron los presupuestos militares, se fortaleció el complejo industrial-armamentista y se celebraron abiertamente las alianzas con fabricantes de muerte. Trump convirtió los desfiles militares, los despliegues de tropas y la venta de armas en símbolos de “grandeza nacional”. En su retórica, las armas no son instrumentos de muerte sino emblemas de patriotismo, poder y masculinidad. Nuestro análisis semiótico nos obliga a mirar más allá de las cifras del gasto militar. Cada discurso suyo sobre la “defensa de la nación” era, en realidad, un signo destinado a infundir miedo, a fabricar enemigos externos e internos. Trump necesitaba enemigos para justificar el negocio de las armas; inmigrantes, musulmanes, gobiernos soberanos que no se sometían al dictado estadounidense. Bajo su mandato se intensificó la lógica del miedo como recurso electoral, se armó ideológicamente a sectores reaccionarios de la sociedad y se dio oxígeno al supremacismo armado. Trump es la encarnación del imperio de las armas porque no sólo las promueve en términos económicos, sino porque convierte el signo de la violencia en mercancía política. En él se funden el empresario del espectáculo con el comandante en jefe, en una obscena naturalización de la guerra como entretenimiento.

Su imperio de saqueos. Trump es empresario del saqueo. Su fortuna se levantó sobre fraudes inmobiliarios, evasiones fiscales, estafas disfrazadas de universidades, casinos quebrados y negocios turbios. Pero más allá de su biografía personal, en su presidencia impulsó con crudeza la lógica saqueadora del capitalismo estadounidense. Redujo impuestos a los millonarios, entregó recursos naturales a corporaciones extractivistas, privatizó bienes públicos y subordinó todo al lucro de las élites. El saqueo con Trump no se limitó al interior de EE.UU. También intensificó el expolio externo; sanciones económicas contra países soberanos, robos de recursos energéticos en Oriente Medio, agresiones financieras contra América Latina. Bajo su mandato se multiplicaron los bloqueos, las confiscaciones de activos y la presión sobre gobiernos que no se arrodillaban. Fue un saqueo global disfrazado de “defensa de la libertad”.

En términos semióticos, Trump elevó a rango de virtud la figura del saqueador. Su narrativa presentaba la codicia como prueba de inteligencia, el enriquecimiento personal como objetivo de vida, la depredación de recursos como “crecimiento económico”. Convirtió la lógica mafiosa en programa político. Cada vez que aparecía en televisión jactándose de su éxito empresarial, fabricaba un signo que naturalizaba el saqueo como modelo de conducta. Trump es el rostro obsceno del imperio saqueador porque no tiene siquiera la máscara de civilización con que otros presidentes disfrazaron sus crímenes. Él se vanagloria del robo, lo exhibe, lo celebra. Es la honestidad brutal de un imperio que ya no necesita fingir moralidad.

Su imperio de engaños. Pero si Trump es síntoma de la decadencia imperial, lo es sobre todo en el terreno del engaño. Su carrera política se levantó sobre una catarata de mentiras; el “birtherismo” contra Obama, la negación del cambio climático, las promesas de un muro que nunca se construyó como lo anunciaba, las cifras infladas de logros económicos, las teorías conspirativas sobre las elecciones. Mintió con descaro porque descubrió que la mentira, en la era digital, no necesita ser verosímil; basta con ser ruidosa, basta con viralizarse.

Trump convirtió la mentira en arma de masas. Sus tuits eran misiles semióticos cargados de odio, racismo y falsedad. Sus discursos eran espectáculos diseñados para movilizar emociones antes que para comunicar verdades. Fue el gran estafador semiótico que entendió cómo manipular la indignación, cómo explotar el resentimiento, cómo fabricar enemigos y cómo victimizarse al mismo tiempo. Bajo su mandato, la mentira dejó de ser un defecto político para convertirse en estrategia central. No importaba cuántas veces fuese desmentido; sus seguidores no buscaban verdad, buscaban pertenencia a una narrativa emocional. Trump creó un ecosistema de engaño donde los hechos eran irrelevantes y lo único importante era la lealtad al líder. Así, se consolidó como figura arquetípica del imperio de los engaños; un vendedor de humo que sabe que la mercancía simbólica más rentable es la ilusión de grandeza. El “Make America Great Again” no es un programa político; es un signo vacío diseñado para manipular deseos colectivos.

Síntomas de la decadencia imperial. Trump no inventó el militarismo, ni el saqueo, ni la mentira política. Pero los llevó a una forma de obscenidad inédita. Representa la etapa en la que el imperio ya no necesita ocultar sus crímenes; los exhibe con orgullo. Su figura es la confesión más clara de que el capitalismo estadounidense se sostiene únicamente en la violencia, el robo y la manipulación. Cada gesto de Trump nos muestra que el imperio ya no puede sostenerse con promesas de bienestar colectivo. Sólo le queda la imposición del miedo, el despojo sistemático y el engaño masivo. Trump es el síntoma de un orden que se descompone y que, en su decadencia, se vuelve más peligroso. En términos semióticos, su figura es un signo saturado de contradicciones; un millonario que se presenta como defensor de los pobres; un evasor fiscal que dice proteger a los trabajadores; un mentiroso compulsivo que acusa a todos de falsedad; un imperialista que se disfraza de nacionalista. Ese juego de espejos es la expresión más acabada de un imperio que vive de su propia impostura.

No más imperio decadente. Decir no más imperio de armas, saqueos y engaños es decir también no más Trump. No como individuo, sino como modelo de dominación. No más la lógica del empresario saqueador convertido en presidente. No más la política de la mentira como espectáculo. No más la normalización de la violencia como identidad nacional. Trump es una advertencia para el mundo; lo que él representa no es sólo una presidencia fallida, es la dirección hacia la que el capitalismo arrastra a la humanidad si no se lo detiene. Es la barbarie maquillada de reality show. Es la democracia convertida en circo. Es la verdad convertida en mercancía descartable. La tarea histórica es desmontar no sólo a Trump, sino a todo el sistema que lo produce y lo sostiene. Desarmar el imperio de las armas que multiplica guerras. Desmantelar el imperio de saqueos que destruye pueblos y ecosistemas. Desenmascarar el imperio de engaños que manipula conciencias y fabrica consensos para la opresión.

Insurrección de los pueblos contra la decadencia imperial.

Nuestro desafío no es simplemente derrotar electoralmente a personajes como Trump. El desafío es más profundo; construir una semiosis revolucionaria emancipadora que rompa con el círculo de miedo, codicia y mentira. Entender que cada signo es campo de batalla. Derrotar cada palabra, cada imagen, cada relato del imperio y gestionar las semiosis para la emancipación. Trump utilizó los signos como armas de dominación. Nuestra tarea es revolucionar el sentido como herramienta de liberación. No más miedo, sino solidaridad. No más saqueo, sino justicia. No más engaño, sino verdad organizada. Trump es síntoma de un imperio en ruinas. Nuestra tarea es que esas ruinas no nos sepulten, no las necesitamos lo que nos urge es un nuevo humanismo de género nuevo, de paz pero no sin armas, (armas de la independencia: San Martinianas, de Morazán, de Artigas, de Hidalgo, de Morelos de Bolívar) contra los saqueos y contra los engaños. No más Trump. No más imperio de armas burguesas. No más imperio de saqueos. No más imperio de engaños.