Por MsC. Martín Augusto Román
Cada operación en la era digital, desde una simple búsqueda en internet hasta una compra en línea, esconde una segunda transacción, una «transacción invisible» que está redefiniendo los fundamentos de la teoría económica. Mientras se intercambia dinero por un bien o servicio, simultáneamente se transfiere un activo de inmenso valor: los datos.
Esta economía paralela, construida sobre la misma infraestructura tecnológica que nuestras comunicaciones, desafía las definiciones clásicas de dinero, valor y mercado, dando lugar a un nuevo ecosistema donde el dato se erige como la unidad mínima de valor. No obstante, el surgimiento de este paradigma no está exento de críticas.
Algunos expertos señalan que la monetización de datos personales plantea serias preocupaciones sobre la privacidad y el control de la información. Además, existen inquietudes sobre la concentración del poder en pocas corporaciones y el riesgo de desigualdades en las economías digitales. Este artículo analiza la evolución de este nuevo paradigma, su impacto en la estructura económica global y los desafíos que presenta para la soberanía de las naciones.
La explosión del valor de los datos: un nuevo orden económico
Hace apenas veinte años, el concepto de «economía del dato» era una abstracción teórica. Hoy, es el motor de la economía global. El cambio ha sido impulsado por un crecimiento exponencial en el volumen de información generada.
En 2022 se generaron, capturaron y consumieron 97 zettabytes (ZB) de datos, una cifra difícil de aquilatar. Para ponerlo en perspectiva, un zettabyte equivale a un billón de gigabytes. Es una cantidad que desafía la intuición. Y la avalancha no se detiene. Las proyecciones indican que para este 2025, esta cifra se duplicará, alcanzando los 181 zettabytes.
Este crecimiento se refleja en el tráfico global de Internet. En 2020, en plena aceleración por la pandemia, el tráfico se estimó en más de 3 zettabytes anuales. Esto equivale a que cada persona en el planeta consumiera 32 gigabytes al mes, o a un flujo constante de 100.000 gigabytes por segundo. Para 2022, esa cifra ya había aumentado un 50%, llegando a 150,000 gigabytes por segundo.
El crecimiento es vertiginoso: hemos pasado de 100 gigabytes por día en 1992 a 150,000 gigabytes por segundo hoy. Un crecimiento de más de mil veces solo en las últimas dos décadas. ¿En qué consiste este tráfico? Cerca del 80% está relacionado con videos, redes sociales y juegos. Es decir, con experiencias eminentemente emocionales, culturales, políticas y sociales.
Este diluvio de información no es un mero subproducto de la digitalización; es la materia prima de un negocio global en auge. El valor comercial de los datos se manifiesta de forma más evidente en el comercio de servicios digitales, que en 2018 ya representaba 2.7 billones de dólares a escala mundial y para el cierre de 2024 su facturación fue de más de $ 1.400 billones.
Más revelador aún es su peso relativo: en dos décadas, la proporción de estos servicios en el comercio mundial pasó del 20% a más del 50%. Este crecimiento no es homogéneo y ha dado lugar a una profunda brecha digital a nivel global.
Para refinar este «nuevo petróleo» la infraestructura y el capital se concentran abrumadoramente en dos regiones: Estados Unidos y China. Juntas, estas dos potencias albergan la mitad de los centros de datos de hiperescala del mundo, han acaparado el 94% de toda la financiación de nuevas empresas de Inteligencia Artificial (IA) en los últimos cinco años y concentran el 70% de los investigadores más competentes en este campo.
Esta concentración de poder se traduce en rentas exponenciales para un pequeño grupo de gigantes tecnológicos. Las mayores plataformas digitales (Apple, Microsoft, Amazon, Alphabet, Facebook, Tencent y Alibaba) aglutinan casi el 90% de la capitalización bursátil del sector.
Para estas corporaciones, los datos no son sólo un activo, sino el factor de producción clave que les permite optimizar operaciones, personalizar la experiencia del cliente y, lo más importante, desarrollar «productos predictivos».
El análisis de macrodatos (Big Data) permite a estas empresas identificar patrones de conducta y anticipar las decisiones de los consumidores con una precisión sin precedentes. El resultado es una ventaja competitiva abrumadora: el 58% de las compañías líderes en análisis de datos reportan una mejora significativa en su posición competitiva, y más de un cuarto de ellas registra un aumento de ingresos superior al 15% gracias a estas iniciativas.
Comunicación y economía digital: la infraestructura de la influencia
La economía del dato no podría existir sin la infraestructura que la soporta, y esta es, fundamentalmente, la misma que la de la comunicación digital. Internet, los dispositivos móviles y las plataformas de redes sociales no son solo canales para el intercambio de información, sino también para la extracción de valor. Cada clic, cada «me gusta», cada mensaje, es un dato que alimenta los algoritmos. Esta fusión de infraestructuras crea lo que se ha denominado una «sinapsis biodigital», una conexión directa entre los procesos bioquímicos y emocionales del usuario y los intereses económicos de las plataformas.
En este modelo, la comunicación se convierte en el vehículo para la transacción económica invisible. El contenido que consumimos está diseñado para generar un estímulo emocional instantáneo que, a su vez, moviliza una decisión de consumo.
Las emociones, se convierten en el factor mediador fundamental entre la comunicación y la economía. Las plataformas lo saben y han perfeccionado las técnicas para captar la atención del usuario a través de «nudges» o pequeños empujones —mensajes simbólicos, humorísticos o semióticos— que influyen en las decisiones del individuo. Esto da lugar a un «capitalismo de seducción» o «capitalismo afectivo», donde el objetivo no es solo vender un producto, sino generar un vínculo emocional que asegure la lealtad y, sobre todo, el flujo constante de datos.
El modelo de negocio que sustenta esta dinámica es lo que Shoshana Zuboff denomina «capitalismo de vigilancia». Las experiencias humanas privadas se transforman en datos de comportamiento que son apropiados por las plataformas como materia prima gratuita. Este «excedente de comportamiento» —datos que no son necesarios para la mejora del servicio— se utiliza para entrenar algoritmos y generar los mencionados «productos predictivos», que luego se venden a terceros en mercados de futuros de comportamiento.
En este ciclo, el usuario se convierte en un «trabajador ad honorem», cuya actividad digital genera el valor que enriquece a las plataformas sin recibir compensación monetaria directa. A partir de la ingente cantidad de datos recopilados, se construye una «persona digital», un clon virtual de cada usuario que alimenta las lógicas de segmentación y permite una manipulación del comportamiento a una escala masiva y personalizada.
Soberanía y expoliación: desafíos para las naciones en la era del dato
Esta nueva realidad económica plantea un desafío existencial para la soberanía de las naciones, especialmente para aquellas en desarrollo. La brecha digital se ha profundizado, creando una nueva forma de dependencia. Los países con capacidades limitadas para convertir datos en inteligencia digital corren el riesgo de convertirse en meros proveedores de materia prima.
En este neocolonialismo digital, las naciones del Sur Global generan los datos en bruto que son extraídos y procesados por las plataformas del Norte Global, para luego tener que pagar por la inteligencia y los servicios derivados de su propia información. Es una expoliación silenciosa, una transacción invisible a escala geopolítica.
Frente a este panorama, las opciones para desarrollar un potencial digital con soberanía nacional son complejas pero urgentes. La primera y fundamental es la creación de marcos de gobernanza de datos robustos y soberanos.
El mundo observa hoy tres modelos divergentes: el estadounidense, centrado en el control privado; el chino, basado en el control estatal; y el europeo, que busca el control individual. Ninguno de estos modelos es directamente exportable, y cada nación debe encontrar un equilibrio que proteja los derechos de sus ciudadanos, fomente la innovación local y garantice la seguridad nacional.
Desarrollar este potencial requiere de una estrategia integral. Es imprescindible invertir en infraestructura propia, como centros de datos y redes de alta velocidad, para reducir la dependencia de proveedores extranjeros. Paralelamente, es crucial fomentar el talento local a través de la educación en ciencia de datos, inteligencia artificial y ciberseguridad.
Finalmente, en Venezuela se ha puesto en marcha la Gran Misión Ciencia y Tecnología e Innovación que representa la aplicación de políticas públicas que establecen los cimientos para que una parte justa del valor generado a partir de los datos de sus ciudadanos se quede en el país.
La economía del dato es una realidad ineludible. Para las naciones en desarrollo, el desafío no es resistirse a ella, sino encontrar la manera de participar en sus propios términos, transformando la amenaza de la expoliación digital en una oportunidad para un desarrollo soberano y equitativo en el siglo XXI.