PLAZA DE MAYO

En defensa de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo: memoria

Fernando Buen Abad Domínguez*

Hoy más que nunca debemos defender a la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo como un patrimonio ético del pueblo argentino y de toda América Latina. Pero no basta con defender: es tiempo también de pasar a la ofensiva cultural, de disputar el sentido de la educación, de denunciar la pedagogía del ajuste, de multiplicar las experiencias de educación popular, de levantar universidades desde abajo. 

No es una universidad cualquiera, la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo no nació de un decreto burocrático ni de una planificación técnica, sino de una herida abierta en el corazón de América Latina. Nació del grito desgarrado de las madres que se negaron a aceptar el olvido, que enfrentaron con pañuelos blancos a la maquinaria genocida de una dictadura militar y, en lugar de replegarse al silencio, decidieron construir una institución que vinculara el saber con la justicia, el pensamiento con la memoria y el conocimiento con la militancia. 

Hoy, esa universidad –única en el mundo por su origen ético– se encuentra bajo amenaza directa de un régimen que desprecia el pensamiento crítico, ataca la educación pública y promueve un proyecto de país regresivo, clasista y autoritario. Defender a la Universidad de las Madres no es sólo un acto de solidaridad, es una obligación ética y política con la historia de lucha de nuestros pueblos. 

Un alma mater de la militancia y del conocimiento con una perspectiva política, filosófica y educativa, la necesidad ineludible de defender la existencia, autonomía y proyección histórica de la Universidad Popular de las Madres de Plaza de Mayo como símbolo vivo de resistencia, pedagogía insurgente y conciencia transformadora. El anarcocapitalismo busca destruir la memoria. Su lógica es la del mercado sin historia, del individuo sin comunidad, del presente sin pasado ni futuro. 

En este contexto, la Universidad de las Madres encarna una anomalía radical: es un espacio donde el saber académico no se separa del dolor histórico ni de las luchas populares. En ella, las ciencias sociales, la filosofía, el derecho y la historia se enseñan con los pies en la calle y el corazón en las plazas. 

Frente al negacionismo, la pedagogía de la memoria que promueve esta universidad no se limita a la conmemoración. La memoria que cultivan las madres es activa, insurgente y profundamente ética. No se trata de recordar por recordar, sino de transformar el presente a partir del dolor asumido como responsabilidad política. Como dijo Hebe de Bonafini: “Nuestros hijos no murieron por nada. Murieron por una patria justa, libre y soberana. Y por eso los seguimos buscando y por eso seguimos luchando”. 

A la oligarquía le duele que la Universidad de las Madres sea una trinchera contra el olvido. Y en tiempos donde el negacionismo se disfraza de libertad de expresión, sostener esa trinchera es una forma de resistencia intelectual y afectiva profundamente revolucionaria. La ofensiva actual contra la Universidad de las Madres se inscribe en un proceso mayor de desmantelamiento del Estado social y de persecución de las experiencias educativas populares y emancipadoras. En nombre de la eficiencia, el ajuste y la “modernización”, se pretende privatizar la educación, subordinar el pensamiento a las lógicas del mercado y despolitizar el conocimiento. 

Pero la Universidad de las Madres representa lo contrario: una universidad que no responde a las empresas, sino a los pueblos, que no produce capital humano, sino conciencia crítica. Una universidad que no se arrodilla ante rankings ni financiamientos externos, sino que se sostiene sobre el principio irrenunciable de la dignidad humana. 

En tiempos de ofensiva brutal conservadora, donde la cultura represora vuelve a instalarse como sentido común, la existencia misma de una universidad fundada por mujeres que desafiaron a los militares –mujeres sin títulos académicos, pero con una sabiduría política indestructible– constituye una herejía intolerable para el poder neoliberal. Por eso la atacan. Porque es peligrosa. Porque no se vende. Porque enseña a pensar desde abajo. 

A diferencia de las universidades tradicionales, en la de las madres no se enseña desde la neutralidad, sino desde el compromiso. Esta pedagogía no niega la rigurosidad académica, sino que la reubica: el saber es riguroso cuando está comprometido con la vida. Como afirmaban Paulo Freire y los educadores populares de América Latina, no hay educación neutral: toda educación es un acto político. 

En esa línea, la Universidad de las Madres ha formado generaciones de estudiantes que entienden el derecho no como un instrumento para conservar el orden, sino como una herramienta para disputar la justicia; que conciben la historia no como una cronología de próceres, sino como una lucha entre opresores y oprimidos; que ven en la filosofía no una especulación vacía, sino una brújula para la acción. En esta universidad se enseña que el saber debe estar al servicio de la transformación social y que la dignidad no se mendiga: se defiende. 

Este ataque que es síntoma, no es un hecho aislado. Forma parte de una guerra semiótica, política y cultural contra todo lo que huela a pueblo, a memoria, a derechos humanos, a justicia social. Es la revancha de los sectores que nunca aceptaron la verdad, que nunca pidieron perdón, y que hoy vuelven con la furia acumulada de décadas de impunidad. 

Quieren clausurar esta universidad como quisieron clausurar la historia de los desaparecidos. Pero no pueden, porque la Universidad de las Madres no es sólo un edificio ni una matrícula: es un proyecto de país. Un símbolo. Una promesa encarnada de que otro saber es posible, de que otra justicia es necesaria, de que otra Argentina es urgente. 

Y no lo lograrán. Porque cada intento de silenciarla despierta más voces, más alianzas, más solidaridad internacional. Porque donde intentan apagar, renace la llama. La Universidad de las Madres es semilla y raíz. Es escuela de la memoria, universidad del coraje, aula de la dignidad. No la toquen. No la cierren. No la profanen. Porque donde florece el pensamiento de las madres no hay olvido posible. 

*Doctor en filosofía

fernando

Ética y Comunicación

POR: Fernando Buen Abad

Es indispensable enseñar ética transformadora, difundirla sistemáticamente, científicamente. Si privilegiamos, del concepto “comunicación”, su significado como “construcción de comunidad”, avanzamos directamente al campo de la ética que se opone a los contenidos como propiedad privada. Por sí mismo tal razonamiento incluye la idea de que la comunicación, sus medios, sus modos y sus relaciones de producción, no son una mercancía y mucho menos propiedad usurpable al colectivo para beneficios “individuales”. Aunque la lógica de la mercancía diga lo contrario, necesitamos una ética muy dinámica para transparentar el financiamiento de la política toda. La comunicación es un derecho fundamental.

Por eso es que en los reductos de la mercantilización de la comunicación, incluso con pretextos “académicos”, huyen al compromiso dialéctico con la ética de lo común y prefieran regodeos escapistas, o palabrerío de distorsiones, fabricadas para no incomodar al status monopólico de los mercenarios de medios y mensajes. Por eso es que la ética, para la construcción de la comunidad de iguales, es indispensable ante el debate capital-trabajo y es inexcusable para definir posiciones, e identidades, de la lucha de clases en sociedades donde las mayorías están sometidas, por la fuerza de las armas, del dinero o de la enajenación, a minorías usureras. Por decirlo suavemente.

Es una prioridad ética inexcusable que la comunicación incluya la agenda y la verdad de las luchas sociales, todas. Se inspire en los contenidos que están escribiendo la historia, en pie de lucha, desde todos los frentes de base. Campesinos, obreros, indígenas, estudiantiles, científicos, artísticos… la suma de los contenidos, sus tácticas y estrategias emancipadoras. La verdad plena y cruda construida desde consensos de los malestares que están luchando para transformar el mundo en un lugar de igualdad y de felicidad posible, deseable, realizable. Para todos los seres humanos. Es una urgencia de ética renovándose como iniciativa de emancipación, en su praxis como crítica a las formas de alienación. Ética que no es un humanismo abstracto, sino práctico, que encuentra su expresión revolucionaria no sólo en interpretar conductas sino transformarlas y transformarse.

Ética para la comunicación de una sociedad en la que el ser humano pueda realizarse plenamente. Ética de liberación material y espiritual, que se opone a toda forma de opresión y alienación, para la vida digna de todos los seres humanos. Contra las formas idealistas de la ética, proponiendo que sea coherente con las bases materiales y concretas de la sociedad. No se trata de proclamar a una especie humana “ideal”, sino de crear las condiciones materiales en las que todas las personas puedan desarrollarse integralmente.

Ética para construir comunidad transformadora y rechazar abstracciones ante la construcción de una sociedad en la que los individuos puedan realizarse en plena dignidad y libertad y ética como disciplina cotidiana que no sólo se enfoca en el análisis de los “valores” y “normas” morales abstractas, sino que incida directamente con la práctica social, especialmente en las luchas por la emancipación y transformación social. Ética como reflexión sobre la moral práctica y la praxis transformadora. Ética no como una pura “reflexión teórica”, diferenciándose de la moral social como si sólo fuese un conjunto de normas o principios que rigen la conducta individual. Ética no para la mera formulación de juicios morales subjetivos, sino para que se inserte en la praxis como herramienta dinámica de transformación. Insistamos. Este enfoque se alinea con una concepción humanista de la filosofía donde la teoría debe estar en función de la práctica transformadora. Ética es aquí, pues, una intervención por consensos sobre la moral de la lucha, o mejor, una teoría o filosofía de la moral revolucionaria. No una mera contemplación de ideales abstractos, si en cambio, vinculada a la praxis, entendida como la actividad humana práctica, concreta y socialmente determinada. No sólo el acto de hacer, sino la capacidad de transformar la realidad en función de acuerdos colectivos éticos. Con la comunidad como uno de sus valores supremos.

Querer una ética de la comunicación como praxis que construye a la humanidad misma, no es otra cosa que la actividad que transforma el mundo y se transforma a sí misma. Ética de la comunicación con capacidad de actuar empeñada en la libertad y en la verdad que sólo se realizan plenamente en una sociedad donde los individuos tienen la posibilidad de desarrollar sus potencialidades sin ser oprimidos. Porque sólo en la libertad cabe la realización plena de la moral y de la verdad y porque sólo la humanidad libre puede, a la vez, ser responsable de sus actos y autor de sus normas. Democratizadas en serio.

Queremos una ética de la comunicación que esté en diálogo constante con la práctica social y contribuya a la creación de condiciones de libertad y justicia social. No reo de la abstracción. Ética que se ocupe, en el sentido más amplio, de los proyectos poscoloniales contemporáneos, para la emancipación de la economía y de la inteligencia, la liberación y la crítica a la ideología de la clase dominante, es decir ética capaz de liberarnos de influencias ideológicas mercantilistas, lo cual es un elemento clave para la descolonización intelectual ante la opresión de las ideologías que justifican la explotación y el colonialismo económico y cultural. Hay que ver, críticamente, la Declaración sobre los Principios Fundamentales relativos a la Contribución de los Medios de Comunicación de Masas al Fortalecimiento de la Paz y la Comprensión Internacional, a la Promoción de los Derechos Humanos y a la Lucha contra el Racismo, el Apartheid y la Incitación a la Guerra.1 Y analizar su ética.

Queremos una ética de la comunicación para construir comunidad, lejos de toda actitud acomodaticia o conformista. Ética de la comunicación para la emancipación y crítica a la opresión no sólo política y económica, sino también cultural e ideológica. La verdadera ética de la comunicación sólo puede desarrollarse mediante una lucha por la emancipación que abra las puertas a una creación genuina, sin las ataduras de la ideología dominante. Para la comunicación auténtica y libre, es necesario emanciparse de toda forma de dependencia tecnológica e ideológica y asumir la responsabilidad de crear una cultura propia, que no repita los modelos impuestos por las potencias dominantes. Y luchar filosóficamente para lograrlo.