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Toda la Universidad Internacional de las Comunicaciones debe transformarse en una fábrica de contenidos para la Paz

Por: Dr. Fernando Buen Abad Domínguez

No perder tiempo. Esa afirmación encierra un mandato histórico del pueblo revolucionario de Venezuela, mandato filosófico y político que exige comprender el sentido profundo de las comunicaciones como praxis emancipadora. No se trata de una consigna moralista ni de un programa administrativo, sino de una orientación estratégica de la semiosis social hacia la construcción de una nueva hegemonía cultural capaz de derrotar el belicismo estructural del capitalismo. En una época donde la guerra ha sido convertida en espectáculo y mercancía, donde los medios son arsenales simbólicos al servicio del odio, la mentira y la deshumanización, la tarea de producir contenidos para la Paz es una tarea revolucionaria, científica y profundamente humanista. La Universidad Internacional de las Comunicaciones, nacida como instrumento de cooperación solidaria entre pueblos que resisten el colonialismo mediático, no puede permitirse la neutralidad ni el eclecticismo. Debe actuar como una fábrica de pensamiento y acción, como una maquinaria de conciencia que desmonte la lógica de la violencia estructural y reconstruya las bases comunicacionales del convivir humano sobre los cimientos de la verdad, la justicia y la fraternidad. En revolución.

Esta Paz no es la ausencia de guerra sino la presencia organizada de la justicia. Esa fórmula, tantas veces tergiversada, cobra un sentido materialista cuando se entiende que la guerra, en el capitalismo, es la forma más extrema de la acumulación por desposesión. Cada guerra mediática, cada guerra económica, cada guerra cognitiva es un dispositivo semiótico diseñado para reproducir el dominio del capital sobre la vida. Por eso, transformar la Universidad Internacional de las Comunicaciones en una fábrica de contenidos para la Paz significa construir una ingeniería semiótica contrahegemónica que desarme los aparatos simbólicos del odio. Significa producir significaciones capaces de disputar la subjetividad, reorganizar el deseo y rescatar el sentido de la vida común. No se trata de llenar pantallas con mensajes “positivos” ni de practicar un pacifismo naïf; se trata de comprender la Paz como proyecto histórico de emancipación, como construcción colectiva del porvenir socialista, como revolución de la comunicación y de la cultura.

No perder tiempo implica asumir la claridad dialéctica que exige la hora. Las desviaciones abundan, academicismos vacíos que discuten tecnicismos sin praxis, burocratismos que asfixian la creatividad, neutralismos que confunden la objetividad con la cobardía, fetichismos tecnológicos que subordinan el pensamiento a la moda. Cada desviación es una forma de distracción funcional al enemigo. La fábrica de contenidos para la Paz no puede ser un laboratorio de egos ni una vitrina de simulacros; debe ser un taller colectivo donde cada palabra, cada imagen y cada sonido estén cargados de responsabilidad histórica. El contenido para la Paz es el contenido que desmantela la mentira, que libera la verdad cautiva bajo la propaganda, que devuelve la voz a los pueblos silenciados por el ruido de las oligarquías mediáticas. Hacer comunicación para la Paz es hacer lucha de clases en el terreno del sentido.

Nuestra Universidad debe ser una trinchera creativa. No puede limitarse a la enseñanza de técnicas, sino que debe generar pensamiento emancipador, metodologías de investigación comprometidas con la transformación del mundo. Toda investigación que no contribuya a desmontar las estructuras de dominación mediática es estéril. Toda pedagogía que no enseñe a pensar la comunicación como instrumento de liberación es cómplice de la alienación. La Universidad Internacional de las Comunicaciones está llamada a ser el cerebro colectivo de la semiosis emancipadora, un lugar donde el conocimiento se transforme en acción y donde la acción retroalimente al conocimiento. Fábrica de contenidos, sí, pero entendida en el sentido marxiano de la producción, como proceso social en el que los seres humanos producen su mundo material y simbólico al producirse a sí mismos. Una fábrica de Paz significa un espacio donde el trabajo intelectual y creativo se organiza colectivamente para poner en común las fuerzas de la imaginación, la razón y la sensibilidad.

Ese capitalismo depredador necesita la guerra porque necesita mercados, despojos, destrucción de comunidades. Necesita enemigos para sostener la maquinaria del miedo que garantiza su dominación. Por eso ha convertido los medios de comunicación en armas. La propaganda imperial, el entretenimiento embrutecedor, el sensacionalismo, el racismo mediático, son las municiones de una guerra sin fronteras. Los algoritmos que manipulan las emociones, las redes que uniformizan la opinión, los discursos que demonizan a los pueblos que se rebelan, son instrumentos de combate. En ese contexto, la comunicación para la Paz debe ser una ofensiva intelectual y ética. Una fábrica de contenidos para la Paz no produce silencio, produce pensamiento crítico, produce conciencia. Es la fábrica que combate con la verdad, con la memoria, con la belleza y con la organización. No se trata de moralizar, sino de revolucionar la cultura del sentido.

Nuestro reto consiste en transformar el aparato universitario en un sistema dinámico de producción simbólica articulado con las luchas populares. La Universidad no puede estar aislada de la realidad ni de las necesidades concretas de los pueblos. Cada taller, cada aula, cada laboratorio debe estar conectado con las comunidades, con sus medios, con sus luchas, con sus sueños. Producir contenidos para la Paz significa producir herramientas para la defensa de la soberanía comunicacional. Significa formar profesionales que sean militantes de la verdad, constructores de un lenguaje descolonizado, capaces de desmontar los mitos del poder. Significa crear sistemas de producción audiovisual, gráfica, radiofónica y digital que acompañen las luchas sociales, que visibilicen las resistencias, que construyan una narrativa común de emancipación. La Universidad debe ser una red viva de productores de sentido comprometidos con el destino de la humanidad.

Para que esa fábrica de contenidos para la Paz funcione, debe operar bajo una lógica cooperativa, científica y ética. Cooperativa, porque la producción simbólica emancipadora no se concibe desde el individualismo sino desde la comunidad. Científica, porque la lucha en el terreno de la comunicación exige conocimiento riguroso de la realidad, de la ideología, de la historia y de la técnica. Ética, porque el contenido para la Paz no se fabrica desde el cálculo propagandístico sino desde la convicción de que la verdad y la justicia son inseparables. El comunicador de la Paz no es un repetidor de consignas, sino un investigador del sentido, un trabajador del lenguaje que comprende que cada palabra puede ser instrumento de liberación o de dominación. En la Universidad de las Comunicaciones debe formarse una nueva generación de obreros del signo, capaces de comprender la lucha semiótica en todas sus dimensiones.

No perder tiempo significa también entender que la comunicación no es un adorno del proceso político, sino su nervio. Cada desviación en el discurso, cada concesión a la banalidad o al oportunismo, fortalece la hegemonía enemiga. La fábrica de contenidos para la Paz no puede caer en la lógica de la “industria cultural” que mercantiliza la sensibilidad. No se trata de producir mercancías simbólicas que compitan en el mercado de la atención, sino de producir significaciones que abran conciencia, que siembren organización. La Paz no se comunica como espectáculo, se construye como relación dialéctica entre los pueblos y su historia. Por eso la fábrica de la Paz es también una escuela de rigor epistemológico, enseña a pensar la comunicación como producción material de relaciones humanas, como lucha por el sentido, como praxis histórica del humanismo de nuevo género.

Toda comunicación emancipadora es un acto de desobediencia frente al discurso dominante. Producir contenidos para la Paz es rebelarse contra el lenguaje de la guerra, contra la gramática de la dominación. Es devolverle a las palabras su potencia creadora, su capacidad de unir en vez de dividir, de construir en vez de destruir. La fábrica de contenidos para la Paz debe trabajar el lenguaje como territorio de emancipación, rescatar las palabras expropiadas por el enemigo, devolverles su verdad, su música, su energía popular. Por eso la Universidad Internacional de las Comunicaciones tiene la tarea de investigar la semiótica del poder para desmontarla y convertir sus mecanismos en herramientas de liberación. Cada mensaje emancipador debe ser el resultado de una investigación rigurosa, de una crítica materialista del signo, de una comprensión dialéctica de la historia y de una creatividad transformadora.

No hay Paz posible mientras el capitalismo domine la comunicación. La guerra no se limita a los misiles, se libra también en los discursos, en las imágenes, en los algoritmos, en los silencios. La fábrica de contenidos para la Paz debe comprender esa guerra en todas sus dimensiones y actuar con precisión estratégica. Debe saber identificar los puntos neurálgicos del conflicto simbólico, intervenir con inteligencia y crear relatos que desarmen la manipulación. Debe construir nuevas sensibilidades, nuevos modos de ver, de sentir, de pensar. La Paz como proyecto histórico es inseparable de una nueva estética de la solidaridad, de la ternura, de la justicia. La fábrica de la Paz produce belleza comprometida, verdad encarnada, razón sensible. No puede producir para el mercado; produce para la humanidad.

Nuestra tarea al servicio de “la revolución bonita” es inmensa, pero el tiempo es breve. Las desviaciones son tentaciones del reformismo, del espectáculo, del ego académico. Hay que mantener la brújula. Toda la Universidad Internacional de las Comunicaciones debe militar en la claridad, saber quién es el enemigo, cuál es la verdad que se defiende, cuál es el horizonte que se construye. Fábrica de contenidos para la Paz significa fábrica de conciencia crítica. Significa articular pensamiento, técnica y ética en una unidad de acción. Significa formar comunicadores capaces de intervenir en la historia, no de contemplarla. Significa que la Universidad se reconozca a sí misma como sujeto político y no como institución pasiva. No perder tiempo en desviaciones es no perder el hilo de la historia. Es entender que cada minuto cuenta cuando la humanidad se juega su destino entre la barbarie imperial y la civilización solidaria.

Hacer de la Universidad una fábrica de contenidos para la Paz es, en última instancia, hacer de la comunicación un proceso de humanización consciente. Cada signo emancipador que produzca la Universidad debe ser un gesto de amor organizado, un acto de inteligencia colectiva, un paso hacia la superación de la lógica del capital. No hay mayor urgencia que esa. No hay tarea más alta que poner el conocimiento, la palabra y la imagen al servicio de la vida. No perder tiempo en desviaciones significa entender que la historia no espera, exige compromiso, exige acción, exige verdad. Y la verdad, en nuestro tiempo, sólo puede ser revolucionaria. Comunicación para la liberación.

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