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RIIA:El arte de tejer esperanza en el telar de la crisis

Como bien pudo decir Luis Acuña: “La revolución no es un poema de un día, sino la obra de siglos. Y en cada palabra que pronunciamos, ya está su semilla.”

Por Pedro Penso Director del Centro de Investigación Contrahegemónica “Luis Acuña” de la Universidad Internacional de las Comunicaciones. Miembro de la coordinación de la Red Internacional de Investigación Antifascista. 25 de octubre de 2025

El esqueleto frágil del imperio

El presupuesto, ese esqueleto de cifras y deudas que sostiene al coloso imperialista, cruje como un árbol enfermo cuyas raíces se pudren en la tierra seca de la avaricia. Los 600 mil millones de dólares destinados a la máquina de guerra no son números neutros: son sudores negados a los obreros, panes rotos en las mesas de las familias, sueños aplastados bajo el peso de un sistema que exige tributo a los de abajo para alimentar los festines de los de arriba. Mientras el Congreso norteamericano se embroma en un cierre federal que deja a los funcionarios sin salario—el segundo más prolongado en su historia—la crisis no es solo administrativa: es el grito silencioso de un sistema que, al romperse, expone su esencia.

La economía, ese monstruo que devora certidumbres, no discrimina: hoy hasta los uniformes militares sienten el mordisco de la inflación. Los soldados, antes símbolos de poder, ahora comparten la misma hambre que la familia obrera en la fábrica o la campesina en el campo. ¿Acaso no es irónico que el Departamento de Guerra, cuyos cañones apuntan al horizonte, tenga que aceptar la donación de 130 millones de dólares de algunos privados? Este tigre de papel tiene que mendigar esta migaja -si se compara ante sus deudas. Trump los ha puestos a otrora orgullosa fuerzas armadas estadounidenses a hacer como un mendigo en la esquina de un mercado. Este gesto no es sólo una expresión de debilidad: es la grieta por donde se filtra la luz de una verdad incómoda: el imperialismo, por más armas que acumule, está podrido por dentro.

La palabra como artillería y como semilla

En estos días de angustia, mientras las voces reaccionarias alzan su verborragia venenosa desde los estudios de televisión, intentando fabricar un enemigo imaginario para justificar la guerra, recordemos que el discurso no describe el mundo: lo construye. Cada palabra lanzada desde los micrófonos de la élite es un proyectil diseñado para sembrar miedo, para convertir al otro en un fantasma digno de ser aniquilado. Pero en el mismo aire que respiramos, en las pantallas de nuestros teléfonos, late una contrapalabra: la que tejemos desde las plazas, los barrios y los reels que viajan como semillas en el viento.

Hoy, la política se juega en el espacio entre el algoritmo y el alma. Ya no bastan los discursos desde los atriles: la batalla por el imaginario colectivo se libra en los likes, en los shares, en el silencio que se rompe con un hashtag. Pero ojo: el lenguaje no es un mero instrumento. La palabra es un puente que une corazones, una antorcha que ilumina caminos, un cuchillo que corta las cuerdas de la indiferencia. Cuando llamamos “patria” a la lucha por el pan, cuando nombramos “paz” al rechazo de la guerra, no estamos inventando: estamos revelando lo que el poder quiere ocultar. Cada nombre que damos a la opresión la vuelve visible; cada palabra de esperanza la transforma en posibilidad.

El tiempo de la contranarrativa

La crisis presupuestaria del imperio no es solo un retraso en sus planes de agresión contra Venezuela: es una ventana de oportunidad para tejer, con paciencia de artesano, la narrativa de los oprimidos. Mientras ellos construyen muros con palabras, nosotros debemos edificar puentes. Mientras ellos repiten que “no hay alternativa”, nosotros gritaremos que “la alternativa somos nosotros”.

Este es el momento para recordar que la historia no se escribe solo con tanques, sino con las manos que los detienen. La crisis del otro -esa que se manifiesta en los sueldos no pagados, en los hospitales sin medicinas, en los sueños truncados-no es un motivo para celebrar, sino para actuar. En cada cierre federal, en cada renuncia de un General cansado de servir a un sistema que lo desprecia, late el pulso de un mundo que se derrumba para dar paso a otro.

Nuestra tarea, como revolucionarios es clara: no solo analizar las contradicciones del sistema, sino convertirlas en semillas de lucha. La inflación no es un fenómeno natural: es el resultado de un sistema que prioriza el lucro sobre la vida. La guerra no es inevitable: es la decisión de unos pocos que exigen a las multitudes, trabajadores y pueblo, pagar con su sangre y su hambre. Y si el imperialismo se tambalea por su propia avaricia, nuestra responsabilidad es guiar su caída no hacia el vacío, sino hacia la construcción de un mundo donde el presupuesto se mida en pan para todos, no en misiles para hacernos nadies.

Construir el futuro en el presente

Hermanas y hermanos

Este no es un tiempo para el miedo, sino para el coraje de imaginar. Cada vez que un trabajador en EEUU se pregunta por qué su salario no alcanza para el pan, cada vez que un soldado cuestiona las órdenes que recibe, cada vez que un joven en Venezuela levanta su voz para decir “¡No a la intervención!”, el mundo se inclina hacia la justicia.  

Nuestra narrativa debe ser un manantial que nutra la sed de millones. Debe, nombrar lo invisible, dar voz a lo silenciado, convertir el “yo” en “nosotros”. En el mundo digital, donde un reel pesa más que un manifiesto, debemos ser poetas y estrategas. Debemos convertir cada comentario en un acto de lucha, cada video en una semilla de rebeldía. Porque lo que el algoritmo no puede borrar es la memoria colectiva de un pueblo que se niega a morir de hambre mientras los ricos comen el menjar que quitan de sus labios.

Este 2025 no es el fin de nada: es el comienzo de una lucha que, como el río, fluye con paciencia pero sin detenerse. El presupuesto del imperialismo retrasa sus planes, no sus pretensiones. No aunque quieran no podrán detener la marea roja de la historia. Mientras ellos calculan costos, nosotros calculamos futuros. Mientras ellos temen el colapso, nosotros construimos la alternativa.

Porque en el corazón de cada crisis late la posibilidad de un mundo nuevo. Y ese mundo, hermanas y hermanos, lo tejemos hoy, palabra a palabra, sueño a sueño, con las manos que no se cansan y los ojos que miran al horizonte.

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